sábado, 16 de diciembre de 2017

LA ESCUCHA DEL CORAZÓN ♥🙏🏻

17 DE DICIEMBRE
DOMINGO III DE ADVIENTO
Jn 1, 6-8.19-28



Los judíos enviaron sacerdotes y levitas desde Jerusalén al desierto para preguntarle a Juan Bautista que quién era.

Él respondió: "Soy la voz que grita en el desierto: "Allanad el camino del Señor"".

Siempre me ha parecido impresionante la lección de humildad que podemos aprender de Juan Bautista.

Había personas que se molestaban en ir hasta él desde Jerusalén o desde otros lugares, bien para bautizarse, bien para enterarse de quién era él, y nunca se sintió importante, siempre tuvo claro que el importante era Jesús, el Mesías, Aquél a quien él anunciaba.

Su humildad llegaba a tal punto que se refería a sí mismo como "la voz que grita en el desierto": con esta expresión ocultaba su persona y todo lo que hacía por Dios: no hablaba de su vida austera, de todo lo que predicaba, de todo lo que se esforzaba en animar a la conversión, él sólo era una voz que gritaba, a esto reducía su vida entregada.

Su humildad era tan grande que no se consideraba digno de desatar la correa de la sandalia del Señor.

Vivía por y para Jesús y decía "Conviene que Él crezca y que yo mengüe".

Y sin embargo Jesús decía que era el más grande nacido de mujer.

Es curioso que el que se esforzaba por desaparecer era el más grande.

Estos contrastes - que el más pequeño en realidad sea el más grande y viceversa - son propios de la vida espiritual y son frecuentes y llamativos.

Jesús dijo "Los últimos serán primeros y los primeros últimos".

Del mismo modo podría decirse "Los que desaparecen son grandes, y los que resaltan su presencia allí donde estén son pequeños".

Juan Bautista decía "Allanad el camino del Señor".

Hoy este evangelio nos enseña que para allanar el camino al Señor hemos de ser humildes.

Juan Bautista fue el primero en allanar el camino al Señor. Lo hacía anunciando su venida y lo hacía desde la humildad de quien se considera indigno.

Para que Jesús tenga el camino libre hasta nuestro corazón tiene que encontrar un corazón humilde, un corazón que se considera indigno de que Dios venga hasta él, un corazón consciente de ser indigno del Amor de Dios.

Tenemos que pedirle luces y gracias al Espíritu Santo para que transforme nuestro corazón en un corazón sencillo y humilde, totalmente disponible para que Jesús haga en él su morada.

María Dolores, virgen consagrada. Archidiócesis de Madrid.


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