14 DE ENERO
DOMINGO II T.O.
Jn 1, 35-42
Estaban con Juan Bautista, el cual, al ver a Jesús, les dijo "Este es el Cordero de Dios". Y se fueron tras Él.
Para los judíos el cordero era, y es, el animal que murió sacrificado para salvar a sus antepasados de la esclavitud de Egipto.
Los salvó porque fue sacrificado, y su sangre, untada en la puerta de cada casa, era signo de pertenencia al Pueblo elegido.
Exactamente eso era, y es, Jesús, el Cordero de Dios: es el Cordero enviado por Dios para ser sacrificado y librarnos de la esclavitud del pecado por la recepción de su Sangre.
La Comunión con el Cuerpo de Cristo nos lleva así a ser Comunión con Cristo y con los hermanos, que nos convierte y transforma en Iglesia y nos identifica como nuevo Pueblo de Dios.
Es una comunión que nos convierte en Expresión del Amor de Dios y por tanto nos lanza a la misión de amar.
Siempre me ha cautivado y subyugado la expresión "Cordero de Dios".
Jesús no es un cordero más. Es el Cordero enviado por Dios, el Único que puede librarnos del pecado y salvarnos por su Sangre constituyéndonos en Pueblo de Dios, nación santa, nacida del Corazón de Jesús, en el cual nacimos y nos alimentamos.
Jesús es el Cordero de Dios, por tanto es el único que nos salva, es el Cordero escogido por Dios, el único que nos lleva a Dios y que nos une a Él.
Su efecto salvador y reconciliador nos une a los hermanos y a Él, y a los hermanos en Él.
Por eso, cuando Juan y Andrés se encuentran con Jesús, inmediatamente quieren que otros lo conozcan, y Andrés, en cuanto se encuentra a Pedro, le dice "Hemos encontrado al Mesías".
Nosotros también deseamos seguir al Cordero para ser sumergidos en su Sangre y ser sanados y salvados por Él, y ser convertidos así en instrumentos del Amor de Dios, por la recepción de su Sangre.
PON A LA ESCUCHA EL CORAZÓN ♥
María Dolores, virgen consagrada. Archidiócesis de Madrid.
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