domingo, 22 de octubre de 2017

LA ESCUCHA DEL CORAZÓN

23 DE OCTUBRE
Lc 12, 13-21



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Un hombre rico tuvo una gran cosecha, la almacenó y pensó dedicarse a descansar sin preocupaciones, pues lo almacenado duraría muchos años.

Pero esa noche Dios le dijo "Necio, esta noche te van a reclamar tu alma, ¿de quién será lo que has preparado?".

Y añadió Jesús "Así es el que atesora para sí y no es rico ante Dios".

Hay mucha gente que vive como si la eternidad no existiera, viven en una especie de anestesia y adormecen el recuerdo de la realidad de la muerte, viven como si fuéramos a quedarnos aquí siempre.

Hacen su vida a espaldas de la realidad de la muerte, gestionando todo como si la muerte estuviera lejos y fuera casi inalcanzable.

Sin embargo, los santos han vivido con el pensamiento de la muerte presente, no obsesionados, pero sí conscientes, e incluso deseándola, por lo que supone de encuentro con Dios, de entrar en su Presencia y vivir en su Amor para siempre.

La actitud que tenemos ante este mundo y ante los bienes y la actitud que tenemos ante la muerte son un termómetro de cómo está nuestra alma.

En estos días la Iglesia nos hace reflexionar sobre la codicia y el deseo de poseer.

Hay una parte moral en el poseer: el deseo legítimo de tener lo necesario para desarrollar nuestra vida y nuestros apostolados e incluso vivir cómodos y con buen gusto, que es distinto que vivir con lujo y derroche.

El problema es cuando el deseo de poseer coge el corazón de la persona, el corazón que está hecho para ser sólo de Dios.

Entonces el corazón entra en el sufrimiento de la insatisfacción y en la oscuridad del pecado.

El corazón enferma y vive con un miedo atroz, pero no es consciente de nada.

Entra en un círculo vicioso: cuanto más tiene, más vacío se siente, cuanto más vacío, más quiere, y nuevamente más vacío, y así sucesivamente.

El deseo de poseer muchas veces no sólo tiene como objeto el dinero y los bienes sino muchas cosas que son vanas como la imagen que damos o la consideración que se tiene de nosotros. Con estos deseos desordenados también tenemos que estar precavidos.

Tenemos que pedir luces al Espíritu para que introduzca en nuestro corazón que menos Dios todo es vano y pasajero.

Vivamos con naturalidad pero siempre con el corazón puesto en el Señor.

María Dolores, virgen consagrada. Archidiócesis de Madrid.


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