9 DE NOVIEMBRE
Jn 2, 13-22
En tiempo de Jesús, para presentar a un niño en el Templo había que acompañarlo de una ofrenda de animales. Según la posición económica de la familia podían ser unos animales u otros.
Jesús fue al Templo y se encontró con los vendedores de animales para las ofrendas y le dolió ver que se hacía negocio allí con lo sagrado.
Hizo un látigo con cordeles, les tiró las mesas y los expulsó de allí.
Me llama mucho la atención que los que vieron a Jesús enfadado no se escandalizaron sino que recordaron "lo que está escrito: "El celo de tu casa me devora"".
Esto me llama mucho la atención. Todos comprendieron que aquel mercado en un lugar sagrado era inaceptable y que Jesús estaba enfadado justamente.
Hoy se me ocurren dos cosas para cuidar y reflexionar.
Una es que nunca saquemos beneficio personal de la Iglesia ni de las gracias que Dios nos da, que nuestra intención sea servir, no lucrarnos ni prosperar.
Esto sería servirnos de Dios y de lo sagrado para nuestro beneficio.
Como dice la Escritura, lo que habéis recibido gratis dadlo gratis.
Todo lo que hemos recibido lo hemos recibido inmerecidamente, por tanto, debemos darlo con la misma generosidad con la que lo hemos recibido.
Del mismo modo, también tenemos que pensar que lo que Dios nos da debe redundar en beneficio de los demás, es para la misión, para construir la Iglesia, para amar.
La otra cosa que me llama la atención de este evangelio son las palabras "El celo de tu casa me devora".
Esto significa que hemos de sentir las cosas de Dios como propias y que nos tiene que importar la Iglesia como algo propio.
¿Realmente lo sentimos así? ¿Nos preocupa la Iglesia como algo propio?
Quizá deberíamos profundizar más. No se trata de que sintamos la Iglesia como algo propio como un sentimiento que tenemos y que no tiene fundamento, aunque sea un sentimiento hermoso.
La realidad es que la Iglesia es tuya y mía y de todos y que sencillamente por eso tenemos que sentirla como propia, sencillamente porque es así, es nuestra Casa, nuestra Familia, la Familia de nuestro Padre Dios, integrada también por nuestros hermanos.
Hoy podemos preguntarnos si nos sentimos hijos de Dios y hermanos en Cristo, porque ésa es la razón profunda de que la Iglesia sea tuya y mía y de que tú y yo seamos Iglesia.
Hemos nacido del Corazón de Jesús y en el Corazón de Jesús, tenemos una vida nueva en Cristo, que se alimenta de los sacramentos.
Por eso la Iglesia es tuya y mía y de todos los bautizados, porque somos Iglesia, Cuerpo de Cristo, y no vivir esto es renunciar a nuestra propia identidad.
Pidamos hoy tener mayor conciencia de esto.
María Dolores, virgen consagrada. Archidiócesis de Madrid.
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